sábado, 24 de noviembre de 2007
Un perro ha muerto
Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente a Océano y su espuma.
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo
Pablo Neruda
viernes, 16 de noviembre de 2007
Lo que suecede después
Cuando dejamos algún animal (perro o gato), que hemos hallado en la calle en una centro de rescate, sentimos la satisfacción de haber librado de los peligros de la ciudad a una animal que quizá no podía sobrevir solo más que un par de días, sin embargo nuestra labor no debería terminar ahí, porque las protectoras de animales son entidades muchas veces, autofinanciadas, este es el caso de PAE (Protección Animal Ecuador, y sus ingresos, que dependen de donaciones voluntarias, no son suficientas para cubrir gastos básicos como alimentación y espacio. Se ven entonces obligadas a dormir a los animales que en un primer momento hemos dejado.
Mueren muchos perritos y gatos, si no los adoptamos o apoyamos económicamente a estas instituciones, podemos cambiar esta situación ayudemos a que ellos ayuden.
Mueren muchos perritos y gatos, si no los adoptamos o apoyamos económicamente a estas instituciones, podemos cambiar esta situación ayudemos a que ellos ayuden.
lunes, 12 de noviembre de 2007
Adopta una mascota
Muchos perros y gatos pasean por la ciudad abandonados a su suerte y quizá a la espera de morir apropellados o desnutridos.
Se la solución al problema, si tienes un corazón noble adopta a una mascota, el cariño que nos dan es incalculable, sino mira a Rufían que te envita a hacerlo.
Si estas interesado ve a la dirección de PAE (Protección Animal Ecuador), www.pae.ec, ubicalos o llamalos.
domingo, 11 de noviembre de 2007
Tina se viste de amarillo
El amarillo, el hermoso color al que nuestros ancestros asociaban al sol, dios mayor de su panteón; es el color que los supersticiosos toreros temen. Tina a querido ponerse ese color para decirles: basta a su actitud egoista y reclamar una cultura justa que reivindique a nuestras verdederas raices, la cultura del amor por la Pacha (tierra) y el respeto por los demás, una cultura opuesta a la fiesta sádica y excluyente de la ezquisofrénica élite latinoamericana.
miércoles, 7 de noviembre de 2007
Fernando
Algún día perdido en la memoria de los vecinos de Resistencia, en el Chaco, por sus calurosas y húmedas calles se vio caminar a un forastero que cargaba una guitarra mientras charlaba amigablemente con un perro de raza desconocida que lo acompañaba con fidelidad de sombra. El desconocido llamó a la puerta de una pensión y, tras presentarse como artista ambulante, cantor de boleros para mayor precisión, preguntó si él y su perro podían hospedarse.
—Siempre y cuando respeten las horas de siesta. Vos no cantás y el perro no ladra —le respondieron.
La siesta es larga en el Chaco. Las horas de reposo pasan lentas y apacibles como las aguas del Paraná. Bajo el rigor canicular las brisas se alejan hacia territorios que nadie conoce, no canta el hornillo, el surubí cierra los ojos redondos en el fondo del río, y las gentes se abandonan a un sopor profundo y benéfico.
A los pocos días de llegar, el cantor se durmió para siempre en una siesta. Al descubrir el triste suceso, el dueño de la pensión y los vecinos comprobaron que sabían muy poco, casi nada, de aquel hombre.
—Uno de los dos obedece al nombre de Fernando, pero no sé si es él o el perro —comentó alguno.
Luego de sepultar al cantor, y como una forma de respetar su memoria, los vecinos de Resistencia decidieron adoptar al perro, lo llamaron Fernando y le organizaron la vida: el dueño de un boliche se comprometió a darle cada mañana un tazón de leche y dos medias lunas. El perro Fernando desayunó durante doce años en el mismo boliche y en la misma mesa. Un matarife decidió servirle cada mediodía un trozo de carne con hueso. El perro Fernando acudió puntualmente a la cita durante toda su vida. Los artistas del Fogón de los Arrieros, una casa sin puertas en la que todavía los caminantes encuentran lugar de reposo y mate, aceptaron al perro Fernando como socio de la institución, donde destacó como implacable crítico musical. Tal vez heredado de su primer amo, el perro poseía un agudo sentido de la armonía, y cada vez que algún músico desafinaba debía soportar la reprimenda de los aullidos de Fernando.
Mempo Giardinelli me contó que, durante un concierto de un prestigioso violinista polaco en gira por el noreste argentino, el perro Fernando escuchó atentamente desde su lugar en primera fila, con los ojos cerrados y las orejas atentas, hasta que una pifia del músico le hizo proferir un desgarrador aullido. El violinista suspendió la interpretación y exigió que sacaran de la sala al perro. La respuesta de los chaqueños fue rotunda:
—Fernando sabe lo que hace. O tocas bien o te vas vos.
Durante doce años, el perro Fernando se paseó a sus anchas por Resistencia. No había boda sin los alegres ladridos de Fernando mientras los recién casados bailaban un chámame. Si Fernando faltaba a un velorio, era todo un desprestigio tanto para el muerto como para los deudos.
La vida de los perros es por desgracia breve, y la de Fernando no fue una excepción. Su funeral fue el más concurrido que se recuerda en Resistencia. Las notas necrológicas llenaron de pesar los periódicos locales, incontables paraguayos cruzaron la frontera para manifestar su sentida aflicción, los caciques de la política cantaron loas a sus virtudes ciudadanas, los poetas leyeron versos en su honor, y una suscripción popular financió su monumento, que se levanta frente a la casa de Gobierno, pero dándole la espalda, es decir, mostrándole el culo al poder.
Hace un par de semanas, con mi hijo Sebastián que se inicia en los senderos que amo, salimos de Resistencia para cruzar el Chaco Impenetrable. En el límite de la ciudad leímos por última vez el letrero que dice: «Bienvenidos a Resistencia, ciudad del perro Fernando.»
Luis Sepúlveda
—Siempre y cuando respeten las horas de siesta. Vos no cantás y el perro no ladra —le respondieron.
La siesta es larga en el Chaco. Las horas de reposo pasan lentas y apacibles como las aguas del Paraná. Bajo el rigor canicular las brisas se alejan hacia territorios que nadie conoce, no canta el hornillo, el surubí cierra los ojos redondos en el fondo del río, y las gentes se abandonan a un sopor profundo y benéfico.
A los pocos días de llegar, el cantor se durmió para siempre en una siesta. Al descubrir el triste suceso, el dueño de la pensión y los vecinos comprobaron que sabían muy poco, casi nada, de aquel hombre.
—Uno de los dos obedece al nombre de Fernando, pero no sé si es él o el perro —comentó alguno.
Luego de sepultar al cantor, y como una forma de respetar su memoria, los vecinos de Resistencia decidieron adoptar al perro, lo llamaron Fernando y le organizaron la vida: el dueño de un boliche se comprometió a darle cada mañana un tazón de leche y dos medias lunas. El perro Fernando desayunó durante doce años en el mismo boliche y en la misma mesa. Un matarife decidió servirle cada mediodía un trozo de carne con hueso. El perro Fernando acudió puntualmente a la cita durante toda su vida. Los artistas del Fogón de los Arrieros, una casa sin puertas en la que todavía los caminantes encuentran lugar de reposo y mate, aceptaron al perro Fernando como socio de la institución, donde destacó como implacable crítico musical. Tal vez heredado de su primer amo, el perro poseía un agudo sentido de la armonía, y cada vez que algún músico desafinaba debía soportar la reprimenda de los aullidos de Fernando.
Mempo Giardinelli me contó que, durante un concierto de un prestigioso violinista polaco en gira por el noreste argentino, el perro Fernando escuchó atentamente desde su lugar en primera fila, con los ojos cerrados y las orejas atentas, hasta que una pifia del músico le hizo proferir un desgarrador aullido. El violinista suspendió la interpretación y exigió que sacaran de la sala al perro. La respuesta de los chaqueños fue rotunda:
—Fernando sabe lo que hace. O tocas bien o te vas vos.
Durante doce años, el perro Fernando se paseó a sus anchas por Resistencia. No había boda sin los alegres ladridos de Fernando mientras los recién casados bailaban un chámame. Si Fernando faltaba a un velorio, era todo un desprestigio tanto para el muerto como para los deudos.
La vida de los perros es por desgracia breve, y la de Fernando no fue una excepción. Su funeral fue el más concurrido que se recuerda en Resistencia. Las notas necrológicas llenaron de pesar los periódicos locales, incontables paraguayos cruzaron la frontera para manifestar su sentida aflicción, los caciques de la política cantaron loas a sus virtudes ciudadanas, los poetas leyeron versos en su honor, y una suscripción popular financió su monumento, que se levanta frente a la casa de Gobierno, pero dándole la espalda, es decir, mostrándole el culo al poder.
Hace un par de semanas, con mi hijo Sebastián que se inicia en los senderos que amo, salimos de Resistencia para cruzar el Chaco Impenetrable. En el límite de la ciudad leímos por última vez el letrero que dice: «Bienvenidos a Resistencia, ciudad del perro Fernando.»
Luis Sepúlveda
viernes, 2 de noviembre de 2007
Eco escritos
La importancia de la ecología y el respeto a los animales , es en la actualidad, una urgente necesidad humana, no unicamente por los trágicos hechos que han ocrrido alredor del mundo, que los llamamos desastres ecologícos, sino también, por la necesidad de entedernos a través de la compresión de nuestros límites como humanos.
Es entonces cuando en estas épocas de crísis mundiales y urgencias en pensamientos, que sugiero a quienes amamos a los animales y a la naturaleza en general, realizar investigaciones serías que aporten a la lucha por defender sus derechos, denunciar los abusos de poder que se ejercen sobre quienes han sido nuestra primera y mayor aleteridad durante mucho tiempo.
Procuremos, pues, no dejarnos llevar por impulsos emotivos, en los que muchas veces yo personalmente he caido, sino más bien creemos y encontremos los argumentos suficientes para realizar una crítica sagaz pero con propuestas, pensemos ecologicamente, es decir interpretemos al todo como una unidad con diferentes partes y propongamos cambios revolucionarios que aporten a la humanidad
Es entonces cuando en estas épocas de crísis mundiales y urgencias en pensamientos, que sugiero a quienes amamos a los animales y a la naturaleza en general, realizar investigaciones serías que aporten a la lucha por defender sus derechos, denunciar los abusos de poder que se ejercen sobre quienes han sido nuestra primera y mayor aleteridad durante mucho tiempo.
Procuremos, pues, no dejarnos llevar por impulsos emotivos, en los que muchas veces yo personalmente he caido, sino más bien creemos y encontremos los argumentos suficientes para realizar una crítica sagaz pero con propuestas, pensemos ecologicamente, es decir interpretemos al todo como una unidad con diferentes partes y propongamos cambios revolucionarios que aporten a la humanidad
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